Experimento psicológico de la cárcel de stanford: lecciones sobre la gestión de equipos

Las medidas de aislamiento implementadas debido a la pandemia de COVID-19 han llevado a las personas a experimentar una convivencia forzada en espacios limitados, lo que ha generado cambios en las dinámicas familiares y ha sacado a la luz conflictos y desacuerdos que antes estaban ocultos. Estas situaciones extremas nos hacen preguntarnos si las personas cambian su comportamiento en circunstancias desconocidas o si simplemente actúan de acuerdo a su verdadera personalidad.

En 1971, el profesor de Psicología de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, llevó a cabo un controvertido experimento social conocido como el experimento de la cárcel de stanford para investigar el efecto psicológico de la percepción de poder y la influencia del rol asignado en un contexto extremo.

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El Experimento de la Cárcel de Stanford

Zimbardo reclutó a 72 voluntarios a través de un anuncio en el periódico, ofreciéndoles 15 dólares diarios por participar en la experiencia. Después de una serie de entrevistas, se seleccionaron a 24 participantes, a quienes se sometió a pruebas psicológicas para dividirlos en dos grupos: guardias y prisioneros. Los guardias tenían el poder y los prisioneros se encontraban en una situación de extrema vulnerabilidad.

La experiencia se llevó a cabo en los sótanos de la Universidad de Stanford, que fueron acondicionados como una prisión real con celdas para tres personas. Para dar inicio al experimento, los prisioneros fueron detenidos por la policía local en sus propias casas, esposados y encapuchados para mantener la incertidumbre de su destino. Una vez en la cárcel, los prisioneros fueron despojados de sus pertenencias, se les asignó un número y se les dijo que a partir de ese momento solo serían identificados por ese número.

Lo que inicialmente era un experimento para observar cómo las personas se adaptan a roles extremos, rápidamente se convirtió en una situación de abuso por parte de los guardias hacia los prisioneros.

De la Calma a la Violencia

En los primeros días del experimento, tanto los guardias como los prisioneros intentaron adaptarse a sus roles asignados. Sin embargo, los guardias, al darse cuenta del poder que tenían, comenzaron a abusar de su autoridad y a cometer actos arbitrarios contra los prisioneros. Esto llevó a una rebelión por parte de los prisioneros y a actos de violencia física y emocional por parte de los guardias.

Los prisioneros sufrieron traumas y desórdenes emocionales graves, incluyendo depresión y dificultad para comunicarse entre ellos. Los guardias, por su parte, se volvieron más crueles en sus acciones, llegando a obligar a los prisioneros a dormir desnudos en el suelo de hormigón y a someterlos a castigos físicos y humillaciones.

Guardias y Reclusos

Dentro de los guardias, se encontraron diferentes tipos de comportamientos: los guardias duros pero justos, los buenos que trataban bien a los prisioneros y los hostiles y arbitrarios que disfrutaban del poder que ejercían. Por otro lado, los prisioneros también tuvieron diferentes reacciones frente a los abusos sufridos.

El experimento fue suspendido al sexto día, cuando una doctora de la Universidad de Stanford descubrió los abusos cometidos por los guardias y reportó la inmoralidad del procedimiento. Zimbardo y su equipo se dieron cuenta de que habían perdido la perspectiva ética y habían sido absorbidos por los roles que desempeñaban en el experimento.

Lecciones del Experimento

A pesar de las críticas y los cuestionamientos posteriores al experimento de la Cárcel de Stanford, este nos muestra cómo las personas pueden comportarse en situaciones extremas y perder su sentido de ética y empatía. Si bien no se pueden generalizar los resultados del experimento a la vida cotidiana, nos hace reflexionar sobre cómo los individuos y los grupos pueden actuar cuando se enfrentan a circunstancias fuera de lo común.

En la actualidad, la situación de aislamiento preventivo debido a la pandemia de COVID-19 es una realidad que nos afecta a todos. Aunque no podemos extrapolar directamente los hallazgos del experimento a esta situación, podemos aprender a gestionar los conflictos y a mantener nuestra empatía y ética en momentos de crisis.

Es importante reconocer que cada individuo y cada grupo familiar tiene sus propios desafíos y circunstancias, y que la forma en que enfrentamos estas situaciones extremas depende de nuestras experiencias previas, nuestros recursos emocionales y nuestras condiciones materiales. Es fundamental mantener la comunicación abierta y buscar apoyo cuando sea necesario.

Aunque estamos viviendo momentos difíciles, también tenemos la oportunidad de aprender y crecer como individuos y como sociedad. La crisis nos invita a reflexionar sobre nuestra forma de vida y a buscar nuevas formas de adaptarnos y cuidarnos mutuamente.

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